Vivíamos en un pequeño barrio a las afueras de la ciudad, alejados del constante ruido de las multitudes y transportes. Al ser relativamente pequeño era común que todas las familias se conocieran entre sí y que dejaran a sus niños en el parque mientras hablaban. Muchas tardes pasamos con los típicos juegos: pilla-pilla, escondite, policías y ladrones... Aunque jugábamos todos juntos, si uno se fijaba podría distinguir pequeños grupos que, naturalmente, se llevaban mejor entre ellos que con los demás. Yo solía juntarme con Tora, un tigre un tanto bravucón, Melenik, un búho súper curioso, y Opeluma, un tímido murciélago. Cuando no estábamos junto con el resto de niños, nos gustada pretender que éramos un grupo de aventureros en un mundo mágico en una misión. Me acuerdo que una vez, mientras simulábamos una pelea contra un monstruo gigante, a Tora se le escapó el palo que usaba a modo de espada y le dió a Melenik en el pico. Inmediatamente sus padres lo llevaron a casa, temiendo algún
No podría hablar sobre mi pasado sin mencionar a mis padres. Eran una pareja joven cuando me tuvieron y ahora sé que cuidarme les fue un gran reto, pues era un niño escurridizo que estaba formando algún alboroto cada cinco minutos. Me contaron que, cuando era un bebé, había un rincón que me encantaba y un día gateé desde el comedor hasta ahí mientras no miraban. Según ellos, el mayor problema era compaginar sus trabajos con mi cuidado, pues ambos tenían horarios muy llenos. Mi madre, Nindasi, es una golondrina que se dedica a la enseñanza de la música y virtuosa del oboe que ocasionalmente actuaba junto con orquestas locales. Dulce y cariñosa, también es una perfeccionista de mucho cuidado. ¿Le falta un poco de sal a la comida? No puede ser. ¿No consigue dejar la habitación perfecta? Imposible. ¿Falla una nota en una pieza? Imperdonable. Dice mi padre que cuando la conoció esta estaba pensando en un error que había cometido tras una actuación del club de teatro. Cuando era aún
Recuerdo que a gran parte de mi familia les gustaban las carreras. Era común encontrarnos juntos en el sofá, disfrutando del espectáculo ofrecido a la vez que especulábamos sobre quién tenía más opciones de ganar la carrera y, por supuesto, el campeonato. Una carrera en especial se viene a mi cabeza: era la última de la temporada y el título aún no se había decidido. Dos pilotos habían estado turnándose el liderato de la clasificación todo el año: O'Donell, un guepardo veterano en la categoría, y Frolov, un colibrí con solo dos años de experiencia al cual mi familia apoyaba por ser un ave como nosotros. Son las tres últimas vueltas las que recuerdo más vivamente. O'Donell, tras haber hecho una parada extra, se acercaba rápidamente al colibrí, que iba en cabeza con gomas gastadas, reduciendo una ventaja que había sido de diez segundos a uno. El guepardo atacaba sin dudar cada vez que veía un hueco, estando media vuelta en paralelo en una ocasión, pero Frolov consiguió mantener su
Vivíamos en un pequeño barrio a las afueras de la ciudad, alejados del constante ruido de las multitudes y transportes. Al ser relativamente pequeño era común que todas las familias se conocieran entre sí y que dejaran a sus niños en el parque mientras hablaban. Muchas tardes pasamos con los típicos juegos: pilla-pilla, escondite, policías y ladrones... Aunque jugábamos todos juntos, si uno se fijaba podría distinguir pequeños grupos que, naturalmente, se llevaban mejor entre ellos que con los demás. Yo solía juntarme con Tora, un tigre un tanto bravucón, Melenik, un búho súper curioso, y Opeluma, un tímido murciélago. Cuando no estábamos junto con el resto de niños, nos gustada pretender que éramos un grupo de aventureros en un mundo mágico en una misión. Me acuerdo que una vez, mientras simulábamos una pelea contra un monstruo gigante, a Tora se le escapó el palo que usaba a modo de espada y le dió a Melenik en el pico. Inmediatamente sus padres lo llevaron a casa, temiendo algún
No podría hablar sobre mi pasado sin mencionar a mis padres. Eran una pareja joven cuando me tuvieron y ahora sé que cuidarme les fue un gran reto, pues era un niño escurridizo que estaba formando algún alboroto cada cinco minutos. Me contaron que, cuando era un bebé, había un rincón que me encantaba y un día gateé desde el comedor hasta ahí mientras no miraban. Según ellos, el mayor problema era compaginar sus trabajos con mi cuidado, pues ambos tenían horarios muy llenos. Mi madre, Nindasi, es una golondrina que se dedica a la enseñanza de la música y virtuosa del oboe que ocasionalmente actuaba junto con orquestas locales. Dulce y cariñosa, también es una perfeccionista de mucho cuidado. ¿Le falta un poco de sal a la comida? No puede ser. ¿No consigue dejar la habitación perfecta? Imposible. ¿Falla una nota en una pieza? Imperdonable. Dice mi padre que cuando la conoció esta estaba pensando en un error que había cometido tras una actuación del club de teatro. Cuando era aún
Recuerdo que a gran parte de mi familia les gustaban las carreras. Era común encontrarnos juntos en el sofá, disfrutando del espectáculo ofrecido a la vez que especulábamos sobre quién tenía más opciones de ganar la carrera y, por supuesto, el campeonato. Una carrera en especial se viene a mi cabeza: era la última de la temporada y el título aún no se había decidido. Dos pilotos habían estado turnándose el liderato de la clasificación todo el año: O'Donell, un guepardo veterano en la categoría, y Frolov, un colibrí con solo dos años de experiencia al cual mi familia apoyaba por ser un ave como nosotros. Son las tres últimas vueltas las que recuerdo más vivamente. O'Donell, tras haber hecho una parada extra, se acercaba rápidamente al colibrí, que iba en cabeza con gomas gastadas, reduciendo una ventaja que había sido de diez segundos a uno. El guepardo atacaba sin dudar cada vez que veía un hueco, estando media vuelta en paralelo en una ocasión, pero Frolov consiguió mantener su